El invierno se hace largo en
Mallorca. Además de intentar terminar de una vez por todas con mi
última novela, reconozco que empieza a atragantarse, he decidido que
voy a escribir algunos cuentos infantiles a mi hijo. Para todo lector
que conozca mi obra, sabrá que es oscura y triste, a pesar de que se
supone que son historias de amor. Me gusta la idea de que mi hijo,
cuando crezca, sepa que su padre también escribía sobre él y que
cuando pensaba en él, su literatura se volvía sencilla, hermosa y
llena de luz.
Os dejo el primer relato:
El Pequesauro,
por
Nicolás García Anaros.
El pequeño pequesauro se sentó justo al lado su padre. Acababa de
llegar del cole y no tardó en sacar cientos de la lápices de
colores y un inmenso cuaderno blanco. Él padre asombrado preguntó:
- ¿Qué haces?
- Voy a hacer los deberes.
- ¿Los deberes? Pero si acabas de llegar del cole.
- Entonces pequesauro clavó sus ojos en su padre y con cierta
extrañeza, dijo:
- La profe me ha dicho que si hago los deberes llegaré a ser todo lo
que tú esperas de mí.
Entonces su padre esbozó una sonrisa, cogió al pequesauro en
brazos, y respondió:
- Cuando eras un bebé, quería que aprendieras a andar para que
algún día siguieses tu propio camino. También te enseñé las
palabras para que pudieras expresarte y así tuvieras la fuerza para
luchar por lo que es tuyo. Si te compraba juguetes era para darte la
destreza para construir tus sueños. Y cuando te regañaba, lo hacía
para que no te perdieras en la oscuridad. ¿Quieres saber qué espero de ti?, la
respuesta es fácil: Tu felicidad.
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