El editor de Truman Capote llamaba a la
pareja de éste (Jack Dunphi) y le decía: “creo que ha perdido la
cabeza, dice que su novela (“A sangre fría”) cambiará la
literatura para siempre y todavía no ha escrito una sola línea.”
Creo que todo escritor tiene un poco de
Truman y, antes de tener el libro terminado, piensa en lo increíble,
maravilloso y fácil de vender que va ser. La primera decepción
llega cuando le das la novela a un amigo y te das cuenta de que no se
la ha leído.
Creo, y con esto quiero dejar claro que
no tengo que llevar la razón, que cuando terminamos de escribir un
libro entramos en una especie de paranoia por querer publicitarlo. Es
como una carrera de obstáculos en la que cualquier descarga,
comentario o simple reseña nos produce una enorme satisfacción.
Esta parte de la literatura simplemente me tiene asqueado. Sin duda
debería de ser la editorial la que hiciese ese trabajo, pero ¿dónde
se han metido las editoriales?
Hace tiempo que no leen manuscritos,
hace tiempo que el editor exige que pongas dinero de tu bolsillo,
hace ya bastante tiempo que sólo se venden productos que aparecen de
la nada, diseñados por escritoras que dos días antes estaban
cortando flores, o dando clase, o yo qué sé, comiendo pasteles,
¡qué coño! Tienen cuarenta y tantos, ¿qué habían escrito antes?
O a los cuarenta y tantos te levantas de la cama y decides escribir
un libro y ¡pum! Al día siguiente estás tomando café con Dakota.
¿Puede pasar...? ¿A mí? Siempre es a otro, ¿verdad?
Una vez me dijo un editor que un buen
libro siempre ve la luz, y eso es lo que siempre espero, que lo que
acabo de escribir sea mejor que yo y que vea la luz, que se abra paso
por esta maraña comercial y vea la luz, y diga: “mira, aquí
estoy”.
Acabo de publicar “Lemuria”, que es
la razón por la que estoy aquí. Si no fuera así, les puedo
asegurar que no estaría pegado a este ordenador. “Lemuria” y yo
no nos entendemos, quizás porque es cosa de dos, porque a mí me
gusta más la voz interior, la sangre, el sexo, la muerte; me gusta
estirar los personajes y llevarlos al límite; quizás porque yo
estuve en el límite y quizás los personajes sean radiografías de
ese lado oscuro que tengo y que odio con toda mi alma. ¡Odiar!
¡Odiar! ¡Odiar! Quizás porque algún día amé tanto, ¿no?
El caso es que “Lemuria” la he
leído hace poco; y sí, se puede ser autor y, pasado un tiempo, leer
tu propia novela como algo ajeno. Yo no la entiendo y ella lo sabe,
quizás porque ella es mejor que yo, quizás porque se escapa de mi
propia cultura, quizás porque en la única escena de sexo hacen el
amor, cuando a mí me gustaría que esa esclava fuera penetrada y
disfrutase enormemente.
El caso es que “Lemuria” se merece
que yo le dé una oportunidad, y que me esmere en su promoción como
hice con mis otros libros. Ella sin duda tiene algo que mis otros
libros no tuvieron: a Salcedo, y que se le ha dado tiempo para
madurar. Espero que la leáis no por mí, sino por ella; un euro es
un café y creo que se lo merece. Además, en un par de semanas
seguro que ya estará gratis.
Un cordial saludo, Nicolás.