lunes, 30 de noviembre de 2015

Escribiendo un Producto

El editor de Truman Capote llamaba a la pareja de éste (Jack Dunphi) y le decía: “creo que ha perdido la cabeza, dice que su novela (“A sangre fría”) cambiará la literatura para siempre y todavía no ha escrito una sola línea.”

Creo que todo escritor tiene un poco de Truman y, antes de tener el libro terminado, piensa en lo increíble, maravilloso y fácil de vender que va ser. La primera decepción llega cuando le das la novela a un amigo y te das cuenta de que no se la ha leído.

Creo, y con esto quiero dejar claro que no tengo que llevar la razón, que cuando terminamos de escribir un libro entramos en una especie de paranoia por querer publicitarlo. Es como una carrera de obstáculos en la que cualquier descarga, comentario o simple reseña nos produce una enorme satisfacción. Esta parte de la literatura simplemente me tiene asqueado. Sin duda debería de ser la editorial la que hiciese ese trabajo, pero ¿dónde se han metido las editoriales?

Hace tiempo que no leen manuscritos, hace tiempo que el editor exige que pongas dinero de tu bolsillo, hace ya bastante tiempo que sólo se venden productos que aparecen de la nada, diseñados por escritoras que dos días antes estaban cortando flores, o dando clase, o yo qué sé, comiendo pasteles, ¡qué coño! Tienen cuarenta y tantos, ¿qué habían escrito antes? O a los cuarenta y tantos te levantas de la cama y decides escribir un libro y ¡pum! Al día siguiente estás tomando café con Dakota. ¿Puede pasar...? ¿A mí? Siempre es a otro, ¿verdad?

Una vez me dijo un editor que un buen libro siempre ve la luz, y eso es lo que siempre espero, que lo que acabo de escribir sea mejor que yo y que vea la luz, que se abra paso por esta maraña comercial y vea la luz, y diga: “mira, aquí estoy”.

Acabo de publicar “Lemuria”, que es la razón por la que estoy aquí. Si no fuera así, les puedo asegurar que no estaría pegado a este ordenador. “Lemuria” y yo no nos entendemos, quizás porque es cosa de dos, porque a mí me gusta más la voz interior, la sangre, el sexo, la muerte; me gusta estirar los personajes y llevarlos al límite; quizás porque yo estuve en el límite y quizás los personajes sean radiografías de ese lado oscuro que tengo y que odio con toda mi alma. ¡Odiar! ¡Odiar! ¡Odiar! Quizás porque algún día amé tanto, ¿no?

El caso es que “Lemuria” la he leído hace poco; y sí, se puede ser autor y, pasado un tiempo, leer tu propia novela como algo ajeno. Yo no la entiendo y ella lo sabe, quizás porque ella es mejor que yo, quizás porque se escapa de mi propia cultura, quizás porque en la única escena de sexo hacen el amor, cuando a mí me gustaría que esa esclava fuera penetrada y disfrutase enormemente.

El caso es que “Lemuria” se merece que yo le dé una oportunidad, y que me esmere en su promoción como hice con mis otros libros. Ella sin duda tiene algo que mis otros libros no tuvieron: a Salcedo, y que se le ha dado tiempo para madurar. Espero que la leáis no por mí, sino por ella; un euro es un café y creo que se lo merece. Además, en un par de semanas seguro que ya estará gratis.
Un cordial saludo, Nicolás.